Todos debieron contener el aliento. El domingo cerró en medio de la incertidumbre, para sumar una nueva incógnita en el tramo final del camino hacia las PASO nacionales. La elección de Chubut ilusionaba este domingo a Juntos por el Cambio con lograr un triunfo histórico, tras dos décadas de hegemonía provincial del peronismo. Pero la noche avanzaba y nada estaba dicho y nadie reconocía su derrota.
De confirmarse el más que ajustado triunfo de la fórmula encabezada por el senador nacional de JxC Ignacio Torres sería una victoria con más significado e impacto que lo que pesa electoralmente Chubut en el padrón nacional, cuyos 474.242 electores configuran, apenas, el 1,34% del total de votantes habilitados en todo el país.
¿Con qué candidato te identificás?
Por eso, todo el universo cambiemita se encolumnó con la intención de celebrar sin distinciones, como había ocurrido en las anteriores disputas provinciales. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich se ilusionaron con una revancha de la indigestión que les causó hace solo una semana la derrota de Rodrigo de Loredo en la elección por la intendencia de la capital cordobesa, adonde ambos también habían viajado para terminar poniéndole el cuerpo al fracaso y no al éxito que les habían pronosticado.
Para JxC no sería un éxito menor. La singularidad de ser esta elección la última escala provincial antes de las PASO nacionales le da una relevancia mayor y tendría un efecto revitalizante. Ninguna contienda a gobernador es extrapolable. Pero Chubut es la Argentina. No solo por la obviedad de que es una de las 23 provincias nacionales sino porque en algunos aspectos es un espejo bastante fiel de lo que ocurre en la Nación. Paralelismos notables existen en el plano político y en el económico-financiero de la actualidad.
La participación en descenso del electorado (en este caso por tercera elección consecutiva), así como casi el 14% de votos obtenidos por César Treffinger, expresión provincial de Javier Milei, le agregan otros dos componentes relevantes que exceden las fronteras chubutenses. Y reafirman interrogantes.
En el caso del libertario, sin embargo, cabe hacer alguna digresión. Por un lado, su candidato chubutense obtuvo poco menos de lo obtenido hace dos años, pero también hace de esta la mejor elección a gobernador del espacio. Además, sale airoso de la polarización, que amenazaba con deglutirlo y logra consolidarse en el territorio. No es poco.
Para el oficialismo nacional, las referencias y las semejanzas resultan inquietantes. Nadie se parece tanto a Alberto Fernández en el resto de la Argentina como el gobernador saliente de Chubut, Mariano Arcioni, quien además es el mandatario provincial más cercano al ministro-candidato Sergio Massa, que fue quien lo impuso en el primer plano de la política provincial. Son amigos desde hace casi tres décadas, cuando ambos cursaban abogacía en la Universidad (privada) de Belgrano.
El fallido gobierno de Arcioni, como el de Fernández, es desconocido por los propios y su figura es una mancha venenosa de la que nadie quiso estar cerca durante la campaña. Los candidatos peronistas chubutenses, como los del nivel nacional, no se autoperciben oficialistas y se afanaron en el proceso preelectoral por distanciarse y ser vistos casi como opositores. Fue la estrategia para resultar competitivos y evitar ser arrastrados por el fracaso de la gestión. El peronismo tiene un solo día de la lealtad por año. No les ha ido mal con esa conducta y ayer lo volvieron a demostrar.
Como en la Nación, la diferenciación se sobreactuó en los últimos meses. En los tres años y medio de mandato, ninguno de los principales postulantes peronistas sacó los pies del plato, mantuvieron sus cargos y cuotas de poder y solo expresaron diferencias retóricas, cuyo volumen subió durante la campaña.
Eso es lo que hizo el candidato a gobernador del derrotado frente oficialista Arriba Chubut, Juan Pablo Luque, el actual intendente de Comodoro Rivadavia, donde sacó una diferencia de votos tan elevada que le permitía hasta último momento mantener la esperanza. Luque llevó como compañero de fórmula al actual vicegobernador Ricardo Sastre. Menos fidelidad no se consigue. Salvo en el Frente de Todos.
En la dimensión económica-financiera, al igual que para el Estado nacional, la deuda pública es el gran problema de Chubut y el gobierno que acaba de ser elegido ayer deberá enfrentar un vencimiento importante apenas asuma. Así como la Argentina es uno de los países más endeudados de la región, Chubut es la provincia con mayor deuda por habitante del país. Y alrededor 80% de la deuda provincial es en dólares, en título públicos y con organismos internacionales.
La sucesión de refinanciaciones del endeudamiento, imputable al actual y a los gobiernos peronistas precedentes, más la pésima administración de Arcioni, solo agravaron la situación, con aumentos del gasto público y la consecuente acumulación de vencimientos impagos. La educación es uno de los reflejos más cabales y más inquietantes de esa crítica situación.
En los últimos seis años prácticamente solo hubo, en promedio, el 50% de los días de clases que fija el calendario escolar oficial. Esa media docena de años es el período en el que gobernó Arcioni, desde que asumió en 2017 por la muerte del entonces gobernador Mario Das Neves, de quien era su vicegobernador.
Días difíciles para Massa
Arcioni eludió el colapso de su gobierno en buena medida gracias a su amistad con Massa. El vínculo personal y la condición de gobierno oficialista le permitió recibir auxilios y patear la pelota para adelante, sobre todo en los inicios del actual período, cuando debió afrontar los impagables e irresponsables aumentos que dispuso para la administración pública como anzuelo proselitista de la campaña electoral de 2019. La realidad terminó imponiéndose. Su final es tan ominoso que solo le quedó la opción de ir ahora como segundo candidato al Parlasur por la provincia. Peor que un jarrón chino.
Para Massa, en particular, esta elección podría significar un golpe en lo personal y una mala noticia hacia las PASO si se confirmara el triunfo de Torres. Aunque ahora ejercitará todas sus dotes de escapista para que la suerte de su amigo no le agregue más lastre a su postulación. Se quedará con la buena elección hecha por quienes lo desplazaron en la interna oficialista.
Tanto en su rol de ministro de Economía como de candidato del oficialismo, Massa ingresa en los últimos 12 días de campaña en una situación mucho más compleja que la que imaginaba a principios de mes. Su optimismo a prueba de catástrofes está más puesto a prueba que nunca. La ausencia de logros solo es compensada por las calamidades que podrían ocurrir, pero se postergan, para convertirlo en el candidato del Partido Contrafáctico y del sublema “Qué hubiera pasado si…”.
El trabajoso acuerdo con el FMI, mucho menos benéfico que lo prometido y cerrado sobre la hora, le alcanza para instalar la idea de que puede sacar ese tema de la discusión camino de las PASO. Un pase de magia solo para el auditorio hipnotizado por su prestidigitación.
Para empezar, hoy el ministro debería rascar varias ollas para hacer frente al vencimiento que debe afrontar ya que el desembolso del Fondo se demorará hasta que el directorio vuelva de las vacaciones. Por otra parte, las condiciones impuestas por el entendimiento tendrán efecto acelerador en la ya revitalizada inflación, tras el alivio temporal de junio. No obstante, si las PASO no le son demasiado adversas al oficialismo y si no se produjera algún nuevo fogonazo cambiario, además de la reanimación inflacionaria, Massa podría gozar del beneficio que le reportarían las adoptadas para llegar al acuerdo con el FMI.
Los nuevos tipos de cambio para algunas actividades y la pseudodevaluación adoptada vía nuevos impuestos y adelantos impositivos para el acceso a divisas no impactarán en el desesperante nivel de reservas en rojo, pero sí en los ingresos fiscales. Ideal para un dibujo contable y disponer de recursos para seguir haciendo proselitismo con el reparto discrecional de fondos. Otro salvavidas que Massa compra (caro) para tratar de llegar a la costa electoral y otro pagaré del que deberá hacerse cargo el próximo gobierno. Nada que no se haya visto antes.
La hiperactividad y la creatividad sin frenos (inhibitorios) de Massa encuentran una ayuda extra para mantenerlo competitivo en la intensidad de la disputa interna de Juntos por el Cambio, apenas mal disimulada en los últimos días, y en los tropiezos de los precandidatos opositores.
La semana que terminó dejó dos edulcorantes para el complicado oficialismo, aunque ayer Chubut repuso la incertidumbre. La más destacada de las perlas (negras) fue la poco edificante escena de pareja mal divorciada que protagonizaron Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich en la inauguración de la Rural de Palermo, donde evitaron saludarse. El “te veo y no te miro” sucedió a nuevos cruces entre ambos, tras otro fallido económico de Bullrich. Son mensajes que no pasan inadvertidos hasta para los ciudadanos más ajenos a la política y a un electorado menos propenso a escuchar promesas que a ratificar prejuicios respecto de la dirigencia.
La guerra de encuestas, de fiabilidad más que dudosa, que se dispensan los precandidatos de todos los espacios parece, no obstante, tener algunas coincidencias en los últimos días. Por un lado, el oficialismo asoma estancado apenas por debajo de su piso histórico del 34%.
Días de pánico para el kirchnerismo
Enfrente se advertiría la novedad más relevante y es que Rodríguez Larreta no solo parece haber detenido la curva descendente que arrancó hace algo más de un año para esbozar algún rebote, cuya magnitud discuten los bullrichistas, que dicen sostener su prevalencia.
De verificarse el recorte de la diferencia que llevaba Bullrich, se comprobaría que la exposición a la que obliga la campaña complica más a la frontal precandidata que a su disciplinado adversario. Sería la constatación de la máxima que dice que en una campaña los aciertos pesan mucho menos que los errores.
Mientras, tanto Larreta como Bullrich se ilusionan con que Chubut termine dándoles un empujón revitalizante. Y que sea otra razón más para preocupar al oficialismo. La incertidumbre sigue.