Walter Benjamin y el paisaje ‘intacto’ de la Ibiza de los años 30 que le sedujo

Este libroLa isla perdida de Walter Benjamin (Eolas ediciones)impresiona enseguida, como si aquel hombre, un intelectual perseguido adonde fuera por los nazis, saliera de estas páginas y de sus fotografías, salvando montañas o mirando a un mar que lo alivió de aquella época en la que él figuraba como uno de los perseguidos por los que concibieron, con Hitler, el terror, la venganza y la muerte. Ibiza fue la isla de Benjamin, donde él quiso ganar la parte de eternidad que buscan los hombres mientras huyen.

El milagro de esta reaparición fantasmal e iluminada por la fotografía del amigo de Adorno y de Horkheimer, nacido en Berlín en 1892 y muerto por suicidio en Port-Bou, en 1940, se debe a la pasión que sintió por él una fotógrafa, Cecilia Orueta. Es pasión por su historia, por su vida, por ese viaje que llevó a Benjamin a Ibiza, buscando el sosiego antes de que la guerra mundial lo convirtiera en prófugo de cualquier parte, reo del horror que perseguía, sobre todo, a la inmensa familia judía a la que él pertenecía.

A Cecilia Orueta se deben otros libros de rescate de personajes importantes, a cuyo rastro se ha dedicado hasta convertir su dedicación una biblioteca que es, además, una pinacoteca de fotografía. Ella es madrileña, de 1963. Ha expuesto en Madrid, León, A Coruña, Barcelona, Lugo y Burgos. Es autora de un cortometraje a partir de sus fotografías, París claro-oscuro, junto al cineasta Felipe Vega. Este libro a partir de los textos ibicencos de Benjamin es su cuarto libro de fotografías, junto a Eloxio da distancia, Los paisajes españoles de Picasso The End.

En este caso el protagonista es Walter Benjamin, asociado a un paisaje que él mismo encontró, y así lo dijo, “intacto”. Aun hoy, con la invasión turística haciendo del ruido un eco que rompe la noche, aquella Ibiza que Benjamin adoptó para incorporarla a su concepto del paraíso le sirve a la fotógrafa para caminar por el paisaje que al intelectual alemán le permitió concebir el sueño de la paz o del paraíso.

Walter Benjamin en Ibiza en 1932. Foto extraída de la biografía de Theodor W. Adorno ‘En tierra de nadie’ (Herder). |

Esa Ibiza que atrajo a Benjamin a principios de los años treinta ha sido apeadero marino de grandes del paisaje y del pensamiento, y fue esa relación entre la poesía de la tierra y la frescura del paisaje del mar y de sus viejos edificios lo que causaron en Cecilia Orueta las ganas de convertir en retratos de hoy esos ámbitos que el propio pensador fue buscando para integrarse en un sosiego que ya le duraría poco más que aquella época ibicenca. Cecilia cuenta que la idea de abordar como materia gráfica este territorio del que Benjamin hizo crónica y poesía nació después de la presentación de un libro de su marido, Julio Llamazares, en el Museo de Arte Moderno de la isla. La directora del Museo, Elena Ruiz Sastre, la obsequió con un libro de cartas de la época ibicenca en que Benjamín vivía entre el porvenir y el destierro. De ahí partió la propia pasión de la fotógrafa por retratar, con él, con sus textos, lo que había sido para el pensador fuente de su propia inspiración.

Con aquel libro en la mano, Cecilia se subió “a un altillo”, lo estuvo leyendo “y empecé a darle vuelta a las cartas”. La isla perdida de Walter Benjamin es ahora homenaje y retrato de aquella experiencia de leer la correspondencia del desterrado. Le sorprendió la relación de Benjamin con la naturaleza, que es pródiga en el volumen, en lo que ella retrata y en lo que él cuenta. Ella había leído sobre sus paseos “de flâneuer” por las ciudades, y fue por ello por lo que “me llamó la atención en sus cartas la manera de descubrir la naturaleza como un mundo capaz de detener la prisa y el capitalismo”.

Además, dice Cecilia Orueta, “le sirvió ese tiempo para mostrar la calma que le permitieron la lectura y la escritura”. A ella le bastaron esas apreciaciones sobre el sosiego que buscaba, y encontraba, Benjamin, “para intentar ponerme en su piel, buscando el mismo recogimiento que él vivió. Era la pospandemia, y no me costó encontrar en distintas zonas de Ibiza el aire que él mismo había disfrutado. Todavía no había vuelto el turismo, o no había demasiado, y podía sentirse que aquella Ibiza de pronto volvía a ser un poco como la de Walter Benjamin”.

Una vista general de Ibiza extraída del libro. | Celia Orueta

En las fotografías, en efecto, hay el paisaje rural que el propio Benjamin describía en sus cartas, y en todas las placas que logra la fotógrafa está esa nitidez de las mareas, del cielo, de las paredes blancas, de los bosques tupidos, de los interiores que guardan el misterio que baja de las laderas y se remansa en las calas donde siempre fueron posibles el desnudo y los fondos marinos que parecen dibujados por Cy Twombly.

¿Y qué le dice a la propia fotógrafa aquella isla que fascinó a Walter Benjamin? “Que te brinda una sensación verdadera de aislamiento. Mantiene cierto misterio. Aislamiento y misterio, eso es. Hay algo sensorial que no hay en Menorca o Mallorca; algo que no somos capaces de percibir, pero que está ahí, y solo ahí, en Ibiza”. ¿Y de veras hoy, como decía Benjamin que sucedía en su época, hay paisajes intactos en Ibiza? “Pues yo creo que sí. He trabajado en la isla desde los años 80 del pasado siglo y, gracias a eso, he conocido una Ibiza más en profundidad, he paseado por sus espacios boscosos, he retratado lo que señalaba Benjamin en su época. Sí, algo queda, todavía hay algún espacio virgen en la isla, pero no son ya los que había en la costa. Son espacios muy concretos, más reservados, en el interior de la isla”.

–¿De lo que miró Walter Benjamin qué fue lo que más le impresionó?

–Su viaje para pescar langostas. De pronto aparecen unas señoras y él las observa como si fueran un milagro. Dice, en una carta en torno al 10 de junio de 1933: “No hay edificaciones en la playa; al fondo, apartada, hay una casita de piedra. Había cuatro o cinco botes de pescadores subidos a la orilla. Pero junto a esos botes, vestidas de negro de los pies a la cabeza, con tan solo los rostros descubiertos, serios e impasibles, había unas mujeres. Era como si lo asombroso de su presencia y lo desacostumbrado de su atuendo se mantuvieran en equilibro, como si, por así decirlo, el reloj estuviera en su hora, y nada me llamara la atención”.

Benjamin, dice Orueta, “tiene mucha sutileza al describir algo que está al borde de lo invisible”. En sus textos habla de los primeros hoteles, reflexiona sobre el tiempo presente, la isla como un descubrimiento, “reflexiona sobre lo antiguo y lo moderno, reclama que este lugar sea un modo de defenderse del capitalismo que viene… La paz del mar lo alivió del dolor de la guerra que se venía encima; eso se ve en su escritura. Después de irse echaba de menos Ibiza y quería volver. La isla lo había marcado profundamente”.

En la biografía que Abada, la editorial que dirige Juan Barja, publica con su impresionante obra completa del pensador (once volúmenes, cada uno de más de 1600 páginas) explica que, tras el viaje truncado que quiso hacer a Estados Unidos, lejos de los nazis que lo perseguían, y “ante la posibilidad de caer en manos de las autoridades alemanas, Benjamin acaba con su vida el 26 de septiembre del 1940”.

En la propia Ibiza Walter Benjamin había tenido este sueño, que Cecilia Orueta recoge en su libro de fotografías suyas y de testimonios del pensador: “Soñaba que me quitaba la vida con un fusil. Cuando sonó el disparo no me desperté, sino que me vi tendido, cadáver, durante un rato. Sólo entonces desperté”.

Cecilia Orueta ha retratado el horizonte de una isla, tal como lo vio el pensador, así como su tiempo de soledad, preludio de ese momento en que el sueño ibicenco se hizo drama y final en la desolada realidad de Port Bou adonde había perseguido por el horror de Hitler. 

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