El de Kitzbühel es un torneo que históricamente les cayó muy bien a los argentinos. Desde que lo ganó Guillermo Vilas, en aquel glorioso año de 1977. El zurdo celebro sobre el polvo de ladrillo austríaco tres veces más, en 1980, 1982 y 1983. Pero hacía 15 años que ningún compatriota celebraba en el impactante paisaje tirolés, desde que Juan Martín del Potro se coronó en 2008. Justo una década atrás, Pico Mónaco fue quien estuvo más cerca, pero tropezó en la final.
Sebastián Báez rompió con el maleficio y volvió a poner la bandera argentina bien alto con la conquista del ATP 250 de Kitzbühel, el tercero de su corta y exitosa carrera y el número 231 del tenis nacional. Fue una solidísima semana, que se coronó con el gran triunfo sobre la estrella local, Dominic Thiem (exnúmero 3 del mundo en reconstrucción), por 6-3 y 6-1. De esta manera, el nacido en Billinghurst, provincia de Buenos Aires, recobra terreno en el ranking mundial, pues esta semana saltará al puesto 42°, un enorme avance, teniendo en cuenta que arrancó la semana en Austria en el 72° lugar.
Se lo notaba realmente contento al argentino, una vez finalizado el encuentro. Primero, hubo palabras de agradecimiento a los organizadores y un justo reconocimiento a su rival, que era el favorito del público. Los premios de rigor, un baño de champán a Thiem y una comunicación virtual con su principal entrenador, Sebastián Gutiérrez -que se quedó en Buenos Aires- completaron un final de torneo soñado. Y luego atendió a LA NACION, con un tono tranquilo pero en el que se podía vislumbrar un gran alivio.
“Estamos todo el tiempo a las corridas, porque es un torneo todas las semanas y ya cuando termina estás enfocado en otra cosa. Ahora toca disfrutar, hoy es el día para hacerlo. La celebración va a ser más que nada una comida relajada a la noche, capaz algún postre, pero disfrutando de las pequeñas cosas. Hace muchos años que la venimos remando. No solo yo, sino mi equipo, más que nada mi entrenador (se refiere a Gutiérrez) que estuvo desde que yo era chiquito. Será eso, sobre todo después de no haber tenido los mejores resultados en el último tiempo”, arrancó el campeón la breve charla desde Kitzbühel.
Profesional desde 2018, llegaba a Austria con dos títulos en su currículum: en 2022, se coronó sobre el polvo de ladrillo de Estoril, tras vencer en la final al estadounidense Frances Tiafoe. En febrero de este año, ganó el Córdoba Open, luego de superar en el partido decisivo a Federico Coria. No era un desafío sencillo el de este sábado, ya que enfrente tenía a un hombre que, si bien está tratando de volver a su mejor forma después de lesiones que minaron su carrera, fue número 3 del mundo y era absolutamente local. Pero la experiencia reciente curtió a Báez, según sus propias palabras: “Tuve la experiencia de este año [se refiere a Roland Garros] de jugar en el Philippe Chatrier con [Gaël] Monfils con el estadio lleno y gritando el himno francés… Fue un público tan pesado que hasta el propio Monfils me dijo que no había vivido algo así en toda su carrera. Esas cosas son las que dan mucha, pero mucha experiencia. Ese partido lo perdí, pero me dio mucho más de lo que podía haber dado una victoria. Y hoy fue un poco por ese lado, pero me sentí bien todo el partido. Hace tiempo que no me pasaba. Es el fruto de seguir trabajando y estando concentrado en todos los puntos. Esta semana lo pude hacer no solo un día, así que la alegría es también por ese lado”.
Ese golpe de Roland Garros dejó grandes enseñanzas, dice Báez, que sin embargo acumuló varias frustraciones hasta llegar a Kitzbühel. Wimbledon (con el chileno Barrios), Bastad (con Federico Coria) y Hamburgo (con Casper Ruud) fueron torneos en los que consecutivamente cayó en el primer partido. Así arribaba a este abierto austríaco. Sin embargo, en sus palabras muestra una templanza admirable: “Hay que estar equilibrado en la victoria y en la derrota, pero para mí… Qué te puedo decir… ¡Es un gran año! En el último tiempo no tuve los mejores resultados, pero ¡gané dos torneos! Me resulta muy exitista y exigente a veces pedir ganar todas las semanas. Entonces encontrar ese equilibrio está bueno y cuando uno tiene la oportunidad, tomarla. Como me pasó este año, en el que hubo dos semanas en las que me sentí muy bien y las agarré de la mejor manera”, le dice a LA NACION.
Ahora se viene la temporada de canchas duras, que finalizará con el US Open. Para un tenista, el futuro está a siempre a la vuelta de la esquina. Por eso, hay que ir muchas veces modificando los pasos de acuerdo con lo que indica el presente. “Estaba proyectada una cosa antes de este torneo y creo que cambió un poquito el calendario”, subrayó la última frase con una sonrisa, dejando entrever que la semana larga y exitosa, coronada con la conquista del título, obligará a replantear los planes a corto plazo. “Arranqué este torneo 70 u 80 y ahora termino entre los 50, por lo que habrá que ajustar el calendario”, insiste Báez, que arrancará la semana en el puesto 42, lo que significa un avance de 30 lugares con respecto a cuando comenzó su aventura en Austria. Pero deja unas pistas: “Lo cierto es que voy a volver a Buenos Aires a preparar dos torneos en cemento, posiblemente uno de ellos sea Winston-Salem”. Este certamen es un ATP 250 que comenzará el 20 de agosto en North Carolina y que reparte poco más de 800.000 dólares en premios.
“Me permití estar contento. Muchas veces me controlo y hoy me dejé llevar por la alegría, porque lo tengo que disfrutar”, cerró Báez, que se volvió a acordar de su familia y de su equipo, de los mensajes que le llegan sobre todo en las malas, que no fueron pocas en las últimas semanas. Un tenista que no suele expresar demasiadas emociones, como él mismo reconoce, que trata siempre de controlarse y que hoy, sobre el polvo de ladrillo de Kitzbühel, soltó todas las emociones que tenía contenidas.