La mujer observa una obra de Mark Rothko y se diría que, más que observarla, busca hundirse en ella. El llamado de lo abstracto en general y de Rothko en particular: un voto de silencio, la libertad del artista entendida como singular variante del ejercicio zen, un acercamiento a la zona incierta, donde lo que ocurre está más allá (o más acá) de la palabra. “No hay prácticamente distancia alguna entre su pincel y el lienzo –escribió el compositor Morton Feldman, a propósito del artista estadounidense–. Uno lo mira desde una inmensa distancia, desde la que su centro desaparece”. Algo de esto andará sintiendo la mujer de la foto, visitante de una muestra en el Grand Palais Éphemere de París. Y dan ganas de decirle que no se esfuerce, que aunque quiera jamás podrá adentrarse en un misterio que, en todo caso, apenas requiere espacio y silencio.
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